PALABRAS: junio 2018

La poética de Rosario Alonso

¿Quién le puso su nombre al Sur? Porque el Sur aquí lleva su nombre y no sin motivos. Pero no un Sur equívoco y bruno, sino el Sur más legítimo y solidario, adonde van los mandamases a ver atardecer con sus mujeres, para impresionarlas, y los pescadores de hombres para hacerlos temporeros de la paz.

Desde allí llega por tierra, mar y aire, una bandada de versos como palomas mensajeras con ramitas de palabras a quienes se les hubiera quitado amorosamente la venda, y que se convierte en aluvión mundano e íntimo donde se ejerce sobre todo el sentimiento.

Es Rosario Alonso una poeta muy larga, con la voz amplia que deja siempre el campo libre a las cosas de la vida, en forma de memoria, de armonía, de dolor sin artificio, de amor sin brusquedades, de vigilia diaria que busca al ser humano para recordarle que existe y que no está solo. Ese ser humano que habita en ella y se trasmuta mucho más allá de su geografía sentimental para derramarse en los demás. Ahí, Rosario siempre ataca de frente.

Porque ella va con su amor por la poesía a cuestas, sembrando eternidades al aire y al tiempo, como quien dice la palabra definitiva y le quita importancia al frío, a las tormentas o a las amenazas de sus propios abismos.

Hace mucho que la poesía de Rosario Alonso dejó atrás el umbral de lo efímero para instalarse en una sólida aventura de la que le será imposible regresar, al compás paralelo de los exilios interiores y las proclamaciones perdurables de la tierra amante que la vive. Hay Rosario para rato.

Este es otro ángulo gozoso de su obra poética: la fecundidad que encuentra cauces en versos libres o en sonetos que dan sentido a su nombre y a su capacidad de expandirse sin interrupciones ni azudes que frenen su capacidad creadora como una primavera que jamás termina.

La poeta de Granada ya no tiene las manos vacías ni la piel cercana al frío porque su corazón está lleno de querencias y en su biografía lleva la mochila de la literatura real, madre de todo lo que escribe y toca.

El tiempo pasa y Rosario no da opción al desaliento. Quiero decir que los días se desmayan y renacen con la coloquial insistencia de quien se ha acostumbrado (y nos ha acostumbrado) a espantar las preguntas y las incertidumbres porque ella estará siempre cercenando dudas y sembrando el futuro una y otra vez, su manera de respirar paisajes personales.

Le ensoñación de la poesía de Rosario Alonso, tan bella en la forma, no se ensimisma ni se abstiene, sino que se implica en las emociones que vigilan el camino hacia el mañana del hombre y la mujer convecinos de un mundo que a ratos resulta amable y a ratos asolado.

Hay en todas sus entregas poéticas una naturalidad tan pasmosa que nunca da la sensación de estar exprimiendo su fuente creadora, capaz de dibujar constantemente rumbos por los que adentrarse en ella y en un universo poético que está en continua evolución, como si estuviese escribiendo la crónica diaria de todos los momentos y cada vez fuese ese instante distinto y reinventado sin tregua.

Entre ese antes y ese después que ella proclama a veces, se extiende como un mar la intemporalidad de su obra poética que sobrevive a las circunstancias y edifica un sólido armazón lírico por el que transitar sin miedo, sin prisas y sin red. Porque hay un convencimiento de estar ante un acción que camina hacia la cumbre de la calidad, sin depresiones ni retrocesos.

En Rosario Alonso conviven diversas maneras de tratar lo temas poéticos y todas van hacia un ennoblecimiento formal que es, sustancialmente, la honradez cultural de un proceso que no cesa, la fe en sí misma, la mirada cómplice de los que vemos en esa acumulación de conquistas el principio fundamental entre el género y la poeta que lo eleva como se eleva a sí misma. Por eso su poética es mucho más que una expresión puramente esteticista. Es un sueño sin espalda, que seduce y aumenta las ganas de acompasar su paso.

Rosario, como casi todos, solo será desarmada por el amor o la muerte.

Valentín Martín

India Martinez. Vencer al amor