A mano amada, cuando la noche impone su costumbre de insomnio y convierte cada minuto en el aniversario de todos los sucesos de una vida;
allí, en la esquina más negra del desamparo, donde el nunca y el ayer trazan su cruz de sombras,
los recuerdos me asaltan.
Unos empuñan tu mirada verde, otros apoyan en mi espalda el alma blanca de un lejano sueño, y con voz inaudible, con implacables labios silenciosos, ¡el olvido o la vida!, me reclaman.
Reconozco los rostros. No hurto el cuerpo.
Cierro los ojos para ver y siento que me apuñalan fría, justamente, con ese hierro viejo: la memoria.
Con los ojos
cerrados
amplia de voces íntimas
me detengo en el siglo de mi pena dormida.
La contemplo en su sueño...
Duerme su noche triste
despegada del suelo donde arranca mi vida.
Ya no turba la mansa carrera de mi alma
ni me sube hasta el rostro el dolor de pupilas.
Encerrada en su forma,
ya no proyecta el filo sensible de sus dedos
tumbándome alegrías,
en la armonía perfecta de mi canción erguida.
Ya no me parte el tiempo...
Duerme su noche triste
desde que tú te anclaste en la luz de mis rimas.
Recuerdo que las horas se rodaban en blanco
sobre mi pena viva,
cuando corría tu sombra por entre extrañas sombras,
adueñado de risas.
Mi emoción esperaba....
Pero tuve momentos de locura suicida.
Un agitado viento de esperanza
parece que me anuncia tu regreso.
Entre el fuego de luna que me invade
alejando crepúsculos te siento.
Estás aquí. Conmigo.
Por mi sueño.
¡A dormir se van ahora mis lágrimas
por donde tú cruzaste entre mi verso!
Hay ojos que miran, -hay ojos que sueñan, hay ojos que llaman, -hay ojos que esperan, hay ojos que ríen -risa placentera, hay ojos que lloran -con llanto de pena, unos hacia adentro -otros hacia fuera.
Son como las flores -que cría la tierra. Mas tus ojos verdes, -mi eterna Teresa, los que están haciendo -tu mano de hierba, me miran, me sueñan, -me llaman, me esperan, me ríen rientes -risa placentera, me lloran llorosos -con llanto de pena, desde tierra adentro, -desde tierra afuera.
En tus ojos nazco, -tus ojos me crean, vivo yo en tus ojos -el sol de mi esfera, en tus ojos muero, -mi casa y vereda, tus ojos mi tumba, -tus ojos mi tierra.
Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé! Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma… ¡Yo no sé!
Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte. Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas; o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma de alguna fe adorable que el Destino blasfema. Esos golpes sangrientos son las crepitaciones de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre… Pobre… ¡pobre! Vuelve los ojos, como cuando por sobre el hombro nos llama una palmada; vuelve los ojos locos, y todo lo vivido se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Si me quieres,
quiéreme entera,
no por zonas de luz o sombra…
si me quieres, quiéreme negra
y blanca. Y gris, y verde, y rubia,
quiéreme día,
quiéreme noche…
¡Y madrugada en la ventana abierta!
Si me quieres, no
me recortes:
¡quiéreme toda… o no me quieras!
No me di cuenta al principio,
me fijé después porque le hablabas.
Y se iba y volvía, llevando cosas,
sonriéndote, con gracia desusada...
Vi entonces sus bellos ojos negros,
sobre la piel oscura, y la sonrisa,
que mostraba los dientes como flores blancas.
Y empecé a pensar: ¡Qué dulce aquello...!
Y daba vueltas por ese cuerpo justo,
oscuro, fino y joven: como silvestres cañas.
Y oía la voz al responderte, alada,
cantarina, inconsciente en su magia.
Después, ya abajo, en la soleada plaza,
pensé en los garzos ojos negros, y me vi
enamorado de un acento del sur:
Vivo, grácil, musical. Igual que quien hablaba.
Yo
no soy yo.
Soy este
que va a mi lado sin yo verlo,
que, a veces, voy a ver,
y que, a veces olvido.
El que calla, sereno, cuando hablo,
el que perdona, dulce, cuando odio,
el que pasea por donde no estoy,
el que quedará en pie cuando yo muera.
Nadie te va a abrir la puerta. Sigue golpeando.
Insiste.
Al otro lado se oye música. No. Es la campanilla del
teléfono.
Te equivocas.
Es un ruido de máquinas, un jadeo eléctrico, chirridos,
latigazos.
No. Es música.
No. Alguien llora muy despacio.
No. Es un alarido agudo, una enorme, altísima lengua que
lame el cielo pálido y vacío.
No. Es un incendio.
Todas las riquezas, todas las miserias, todos los hombres,
todas las cosas desaparecen en esa melodía ardiente.
T ú estás solo, al otro lado.
No te quieren dejar entrar.
Busca, rebusca, trepa, chilla. Es inútil.
Sé el gusanito transparente, enroscado, insignificante.
Con tus ojillos mortales dale la vuelta a la manzana, mide
con tu vientre
turbio y caliente su inexpugnable
redondez.
Tú, gusanito, gusaboca, gusaoído, dueño de la muerte y
de la vida.
No puedes entrar.
Dicen.
Lo queramos o no
solo tenemos tres alternativas:
el ayer, el presente y el mañana.
Y ni siquiera tres
porque como dice el filósofo
el ayer es ayer
nos pertenece solo en el recuerdo:
a la rosa que ya se deshojó
no se le puede sacar otro pétalo.
Las cartas por jugar
son solamente dos:
el presente y el día de mañana.
Y ni siquiera dos,
porque es un hecho bien establecido
que el presente no existe
sino en la medida en que se hace pasado
y ya pasó…,
como la juventud.
En resumidas cuentas
sólo nos va quedando el mañana:
yo levanto mi copa
por ese día que no llega nunca,
pero que es lo único
de lo que realmente disponemos.
si yo fuese Dios, podría repetirte y repetirte, siempre la misma y siempre diferente, sin cansarme jamás del juego idéntico, sin desdeñar tampoco la que fuiste por la que ibas a ser dentro de nada; ya no sé si me explico, pero quiero aclarar si yo fuese Dios, haría lo posible por ser Ángel González para quererte tal como te quiero, para aguardar con calma a que te crees tú misma cada día, a que sorprendas todas las mañanas la luz recién nacida con tu propia luz, y corras la cortina impalpable que separa el sueño de la vida, resucitándome con tu palabra, Lázaro alegre, yo, mojado todavía de sombras y pereza, sorprendido y absorto en la contemplación de todo aquello que, en unión de mí mismo, recuperas y salvas, mueves, dejas abandonado cuando -luego- callas… (Escucho tu silencio. Oigo constelaciones: existes. Creo en ti. Eres. Me basta.)
Llueves, la noche, llueves reclamando mi atención, la mirada, mi entrega a tu constante, entrañada, pasión. Llueves y llueves, lluvia de la noche, lluvia que te proclamas vencedora de la estrella más alta, que pregonas, abates el silencio, repitiendo tu nombre y tu destino de palabra insaciable. Llueves y llueves más, cuelgas tus hilos de un cielo recobrado en tu sombra y acento. Llueve tu acompasado ritmo sobre el tejado, el árbol, por las ramas, la tierra, en la carne, en la ausencia. Iluminas la noche y la oscureces. Hablas y dices tu húmeda pregunta al que insomne te espía. Pero yo no respondo. ¿Qué me tiene la frente dolorida, y sin espejos donde encontrar el corredor que lleve hasta el hondo lugar que se extiende en lo oscuro, revelador de un sueño? ¿Por qué tu voz no es hoy brillante azul, liviana, alegre, triste, desvelada, mía?
¿Por qué no es puente, aroma trayéndome el asombro de tus manos?
¿Por qué me dejas sola, con mis ojos ciegos a la verdad que tú le siembras a corazón sencillo, al hombre que te escucha sintiéndose más tierra, más árbol, más deseo, más rama, más raíz y más humano? Déjame de tu nombre la inquietud, guardada en el temblor de tu insistencia. Que mañana la encuentre, cuando el sueño haya borrado este desasimiento, y amanezca yo en ti, ya luz y llama.
Yo no sé muchas cosas, es verdad. Digo tan sólo lo que he visto. Y he visto: que la cuna del hombre la mecen con cuentos, que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos, que el llanto del hombre lo taponan con cuentos, que los huesos del hombre los entierran con cuentos, y que el miedo del hombre... ha inventado todos los cuentos. Yo no sé muchas cosas, es verdad, pero me han dormido con todos los cuentos... y sé todos los cuentos.
Uno de los más curiosos desarrollos del arte del siglo XXI, probablemente sean las esculturas submarinas de Jason deCaires Taylor (1974). Las ideas de este escultor inglés son descendientes de escultores tales como Christo, Richard Long y Claes Oldenburg, que influyeron en su percepción del arte. Todos ellos se especializan, en efecto, en esculturas o representaciones que jueguen con el espacio abierto, la naturaleza y el medio ambiente como parte integral de la obra. De esta manera, Jason deCaires Taylor decidió realizar sus esculturas submarinas, como una proyección de dicha obra. Como el propio artista expresó a la revista National Geographic (edición en español de enero de 2012): "¿Por qué las he creado? Para mostrar cómo puede lucir una relación simbiótica y sustentable con la naturaleza".
Las esculturas de Jason deCaires Taylor son creadas en cemento marino con pH neutro, para que no resulte dañino para el coral. El trabajo tiene mucho de operación logística: parte con el bosquejo de la obra y de la mejor manera de construir, y luego viene el proceso de transporte e instalación de la obra en su locación submarina final. El propio escultor practica buceo, lo que por supuesto fue el primer puntapié para su idea, y ahora le permite fotografiar su propia obra final: "Cuando está en su lugar, unos seis meses más tarde, la fotografío: es la parte divertida. Pero también representa un reto. El agua salada altera las formas y el clima y la luz son inconstantes".
Como el cemento de las esculturas no es agresivo para el coral, y las esculturas son hundidas en aguas tropicales, resulta obvio que éste termina por tomarse por asalto a las mismas. Parte importante del simbolismo de la obra radica aquí: en la simbiosis entre el coral y el cemento, entre la naturaleza y lo humano. A la larga, todas las esculturas terminarán irreconocibles debajo de una capa de coral. Parte de la gracia es ésa. Salvo que uno considere, con una visión más clásica, que el arte debería aspirar a ser eterno o imperecedero. Como suele suceder, es una cuestión de opiniones.
Si alguien quiere bucear para ir a tomar fotografías submarinas de las esculturas antes de ser devoradas por el coral, el lugar en cuestión es el Cancun's Underwater Museum. Lugar que puede ser visitado sólo por buzos, claro está.
En este vídeo podéis ver la forma en que Jason deCairel realiza las esculturas y como son introducidas en el mar.